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miércoles, 20 de octubre de 2010

Siempre Martín

Palermo abrió el 2-0 con un golazo inventado de la nada. Antes de colgarla de un ángulo, la tocó sin intención con la mano. El Boca de Borghi gana pero no emociona...

El Boca de Borghi gana pero comete el peor de los pecados futboleros: no emociona. Y eso, lo de la emoción, no es un problema del sistema, de la estrategia ni de las convicciones. Este Boca de Borghi ya tiene instalado en su disco rígido el 3-4-1-2 de su DT y, cuando las lesiones lo agobian, hasta muestra alguna elasticidad como para adaptarse a dos enganches (Escudero-Chávez) y un volante derecho que no deba hacer toda la raya (Méndez). Siempre presiona para tratar de forzar el error rival, planta sus mediocampistas con sentido ofensivo y los jugadores, con más esfuerzo que efectividad, aceptan la propuesta. Pero, siempre hay un pero, la emoción es otra cosa... Y mientras la emoción espera por Juan Román Riquelme, el jugador más influyente del fútbol argentino, ahí está Martín Palermo, el hombre milagro que, en un punto, se autoboicotea: como sus goles ya no sorprenden, parecen emocionar menos... Sin embargo, el tipo tiene el don de sacar una flor del desierto. Cuando está cada vez más cerca de que el futbolista que vive en él pase a la inmortalidad, mantiene intacta su voracidad y su cero temor al ridículo. Por eso es capaz de girar en una pierna, mientras los defensores de Huracán gritan y ruegan por una mano (casual), y colgar un zurdazo del ángulo. El empeine llena la pelota y la pelota llena la boca de gol. Un Palermo auténtico, como con la mano.

Al Boca de Borghi todavía le cuesta pisar el área. El gol de Viatri, el segundo, es consecuencia de las ganas de Chávez y de un pésimo rechazo de Facundo Quiroga que le sirvió el derechazo al otro nueve. Por eso Palermo sufre. Porque el técnico lo quiere como última punta, para el final de los ataques. Es Viatri, por mayor capacidad técnica, quien sale a tomar aire para tratar de oxigenar la elaboración. Esta vez, antes y después de su gol, sólo dos veces recibió un pase como un nueve hecho y, en su caso, zurdo. Chávez, de enganche, se la dio vacío para dejarlo a pasos del área y del arquero Monzón: bandera en alto y un offside que no fue. En el segundo tiempo, tres minutos antes del 2-0, Escudero, antes de llegar al fondo por la izquierda, sacó un centro con comba a favor del Loco, quien de atropellada no pudo acomodar el botín zurdo. Sólo dos asistencias es un servicio muy pobre para cualquier delantero. Así y todo, Palermo siempre se las arregla para hacer la suya. Lo hizo siempre, en cualquier Boca. Y lo hace ahora, incluso en el Boca de Borghi...

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